EL NIÑO TONTO
Hace algunos años uno de aquellos días, camino a la escuela de mi hijo Jairo, al final de la calle poco antes de llegar, se encuentra una iglesia, por cierto es el lugar donde me casé. Ya la hora de entrada a clases se acercaba y lógico todos llegábamos a paso veloz, porque las religiosas cierran la puerta, quince minutos antes de lo que marca el horario.
Ya que realizan sus cantos y oraciones, además de tener un traspátio donde nos quedábamos los que siempre llegan tarde, ahí a la vista acusadora de las monjas. Más adelante de nosotros, pero del otro lado de la banqueta, una anciana caminaba con su nieto y el chamaco iba hasta adelante, como los burros sin mecate y la señora mucho más atrás.
Le decía espérame hijo, espérameeeeeee. El niño volteaba a verla, sonreía y caminaba mas aprisa, más aprisa…
De pronto la anciana tropezó y fue a dar al suelo, con toda su desgastada y mal vivida humanidad. Yo solté a Jairo y corrí a ayudarla.
Me dio mucha pena pero también me aguanté la risa, porque la señora cantó un rosario de majaderías, que en mi perra vida jamás había escuchado.
Pero estuve seria, le ayudé a sacudir su vestido y me agradeció.
Afortunadamente no le sucedió nada más que el golpe, que con eso tuvo la pobre para estrellar el esqueleto. Regresé por Jairo que casi muere de dolor de panza, de tantas carcajadas que soltó el zoquete. Yo le decía, cállate te va a escuchar la señora. Él respondía, tú también te estás riendo,dije no, solo sonrío, dijo si ríete bien anda, que no! Camina es tarde ya.
A partir de ese día, no hubo uno solo que al transitar por ese lugar Jairo me dijera, mira ahí se cayó una viejita, mira ahí se cayó una viejita, fueron tantas veces que las repitió y yo le decía ya, no digas nada eso no es para reírse pobre mujer.
El único día que jamás volvió a decirlo, fue cuando él mismo tropezó en el lugar que la señora barrió el suelo, y yo corrí a levantarlo, espantada mucho más atrás de él , en la misma situación de la abuelita y su nieto, porque el iba hasta adelante sin mí, y yo gritando que me esperara.
Con su uniforme blanco, limpiecito lo levanté, aparte de la raspadura en los codos, la tierra en su ropa lo hacía ver muy pintoresco. Lo abrace, se me quedo viendo furioso, esperando yo me carcajeara. Y no, únicamente lo abrace mientras él lloraba.
Al día siguiente que pasamos por ahí le dije mira, ahí en ese lugar se cayeron dos personas, una viejita y un niño tonto que siempre se burlaba de su mala suerte… y él guardó silencio.
Lo demás ya forma parte de sus recuerdos,de esa niñez maravillosa que tuvo y esta tarde que es ya un jovencito, recordamos nuevamente riendo...
Musa Peregrina.
(Agradezco a mi hijo Jairo su realista y valiosa participación jejeje.)