Con los cabellos al
viento vagaba callada, presurosa volteando siempre a sus espaldas. Sentía la
frialdad de sus manos que morían poco a poco acariciando su teclado. Desde que
descubrió a " la maga " supo que tendría que cargarla a cuestas toda
su vida. Aquel cabello rizado alborotaba al mismo diablo convertido en viento.
Este se mecía entre pensamientos de una mente cegada por la luz. Sus dedos eran
largos y habían dejado huella en la piel de tantos que al sólo recuerdo de una
caricia fugitiva despertaba la humedad contenida por cientos de años. Los
recuerdos de esa hoguera donde fueron quemadas sus creencias y su fé la
atormentaban en esta reencarnación, donde ya se mostraban poco a poco las
costras de su alma solitaria. Sabía que era diferente, pero quiso sentirse
parte de un todo, quedándose sin nada por instantes en la mente. De su cuerpo
emanaba un aroma a madera, a tierra mojada que se esconde tras una vereda.
Pupilas hechiceras en las que podían leerse como en un libro cientos de historias
que guardaba para sí. En la mayoría de ellas su caldero se había derramado en
las profundidades de un bosque encantado. Ahí podía apreciarse en la copa de
los árboles asomarse a duendes observando la danza de las hadas, que les
motivaba a llenar su olla de oro y cristales de cuarzo. Ella permanecía sentada
dentro de un circulo de fuego cerraba los ojos y subía por segundos una escalera
que la llevaba al cielo. Ya estando ahí buscaba en cada esquina a su estrella…
Esa que le fue heredada por el sol. La legión del bajo astral acechaba y podía
distinguirse en sus ojillos que eran capaces de verla en su desnudez, en lo más
recóndito de su ser, el lugar donde nadie había penetrado antes. Pero le temían
porque sabían era una bruja, una elegida. Que gustaba de hechizar hombres y
servirles en una copa de cristal violeta algún elixir de amor. Ellos al beberlo
despertaban a otros mundos si eran audaces o simplemente perdían la razón, y se
les secaba dentro de si mismos el alma… Por las mañana su piel tenía un sabor a
miel con jugo de 7 manzanas, y por las tardes al caer el sol este en su mirada
tornaba un bello color de mil avellanas... Todos en el pueblo le atribuían
poderes de magia negra y narraban que era una maga que había venido a
refugiarse en su aldea. Los hombres merodeaban encantados muy cerca de su choza
cada vez que escuchaban a alguien narrar su leyenda. Las mujeres le temían y se
mantenían alejadas bajando la mirada, sin cruzar palabra alguna que las
expusiera a ser observadas por la hechicera. Caminaban presurosas no fuera a
ser que esta las siguiera y algo le hiciese sentir señalada o descubierta. A
ella nunca le importó siempre había estado sola y con los años se le tatúo en
la mente que la mayoría de las personas son de corazón duro y poco les interesa
ayudar a quién tal vez necesite sólo un “ buenos días “ y una sonrisa amable al
pasar. Aprendió a defenderse sola y a soportar los embates del amor. Pocos
fueron los que habían poseído su cuerpo y nunca más volvieron a saber de ella,
porque los descubrió en un falso y engañoso amor. Su alma era muy parecida a un
caballo salvaje corriendo en el bosque y solo se acercaba a beber agua en
algunos ríos que agonizaban por fluir. Pastando por mucho tiempo en tierra de
nadie, y caminos misteriosos por seguir. Esos que relataban haberla poseído
terminaban locos, perdidos en el alcohol, con una maldición sobre sus vidas por
haber lastimado su corazón. Por las noches sus rizos paseaban por toda su cama
como olas de la mar que nostálgicas juegan imaginando el más allá. La maga observa luz y sombras, acaricia sueños que duermen bajo la
almohada de quién respeta su Don, y se aventura a descubrir misterios
pernoctando entre viejas almas… Musa peregrina.